Hay un vídeo viral, de esos sin fecha de caducidad que se aparecen cada cierto tiempo en redes sociales, en el que una señora lamenta la (presunta) mariovaquerización del servicio hostelero, que cuando le atienden no paran de decirle “cariño”, “mi cielo” y así, sin ser ella nada de eso. La señora en cuestión, carré al cuello, perlas y crepado capilar enlacado, es una señora bien, señora fetén, que solo quiere tomarse su ginebra vespertina con las amigas (otras señoras bien, señoras fetén, se entiende), que lo del tardeo lo inventaron ellas. Y se arregla para la ocasión. Una especie en vías de extinción, porque el gesto de vieja urbanidad que significaba vestirse con decoro y esmero para salir —mostrarse en público— ya no se estila, dicen. La cuestión no es nueva y, como el clip de marras, vuelve cada cierto tiempo para generar polémica y encender debates. La última vez espoleada por un artículo en The New York Times del pasado febrero que pretendía dar respuesta a la pregunta de un lector: ¿Por qué la gente ya no se arregla nunca para salir? Un perturbador interrogante al que se le han dedicado infinitos hilos de Reddit, grupos de Facebook, entradas en blogs, Yahoo! Respuestas, tiras y aflojas y artículos en todo tipo de medios desde hace más de una década. Hasta tiene su propia bibliografía culta: The Lost Art of Dress: The Women Who Once Made America Stylish (2014), un tratado sobre los adalides del bien vestir estadounidense con el que Linda Przybyszewski, profesora adjunta de Historia de la universidad católica de Notre Dame en Indiana (EE UU), quiso arrojar luz sobre una preocupación que no solo concierne a los boomers. Un vistazo a First Dates, da igual el país en el que se emita (y son 23), basta para inquietar a cualquiera con la piel/sensibilidad estilística fina, da igual la edad.Más información“Lo normal es que, si has quedado justo después de trabajar, no tengas tiempo ni de pasar por casa a cambiarte. Y si has estado todo el día bregando con las faenas del hogar, a lo mejor en lo último que piensas es en ponerte un tacón para salir con tu pareja o las amigas. Siempre digo que lo mejor es apañarse una buena blazer que puedas combinar con vaqueros y zapatillas”, esgrime la periodista Estefanía (Chefi) Ruilope, curtida en las lides de la información gastronómica y eso que se ha dado en llamar estilo de vida. Hace casi una década comenzó a orquestar la red Mujeres Que Comen, quedadas en las que un grupo cada vez más numeroso de féminas se va de cena (y luego copas, claro) para intercambiar experiencias y celebrar la sororidad, así que sabe de lo que habla: “Son profesionales entre los treinta y algo y los cincuenta y tantos, cultivadas, con intereses laborales y culturales afines y, aunque siempre puede aparecer alguna ni que vestida de fin de año, si hay algo que nos caracteriza a todas es la comodidad y la simplicidad a la hora de vestirnos”. La última quedada de Mujeres Que Comen en Madrid. Estefanía Ruilope, impulsora de la iniciativa, es la segunda por la izquierda.Ruilope convoca a sus amigas y conocidas al menos media docena de veces al año en distintos restaurantes postineros de Madrid, pero el éxito de su iniciativa ha sido tal que ya ha exportado Mujeres Que Comen a ciudades como Oviedo y Bilbao (la próxima parada será Valladolid, el 5 de junio). Y, en términos de indumentaria, el resultado también es el mismo, cuenta: “La primera impresión es que, sí, parece que en provincias aún se maquean para salir, sobre todo en el norte, aunque no es más que otro cliché, porque enseguida te percatas de que lo que más abunda son los básicos de fondo de armario y mucho tono neutro”. Más allá del inevitable cambio de valores socioculturales que priorizan el confort, la conveniencia personal, la individualidad y la propia expresión identitaria frente a las obsoletas reglas de la formalidad y su etiqueta, las razones del abandono o desidia en el atuendo a la hora de ocupar mesa en el restaurante, barra en la coctelería o reservado en el club nocturno se explican solas. Y no significan necesariamente esa degradación de los estándares de la apariencia pública que claman algunas voces; para empezar, porque la de ponerse de tiros largos para cenar era una costumbre que las clases privilegiadas practicaban en la intimidad de sus mansiones. De hecho, comer fuera de casa se veía como una vulgaridad hasta que, a finales del siglo XIX, el francés Auguste Escoffier reinventó la cocina del gran hotel junto a César Ritz y los ricos comenzaron a salir en tropel, manteniendo, eso sí, el hábito en el cambio de indumentaria, que refería lo mismo estatus que respeto hacia el establecimiento y los profesionales de la restauración. Tamaño arte de vestir a propósito se extendería a otros ámbitos y coyunturas de exterior, del salón de té al teatro, de la estación de tren al aeropuerto, diferenciando la ropa de mañana, tarde y noche. Un deber cívico, recuerda Przybyszewski en su libro, que se consideraba materia de estudio escolar (economía doméstica, urbanidad). Y de eso aún no hace tanto. Justin Bieber luciendo Crocs en la alfombra roja de los Premios Grammy celebrados en 2022 en Las Vegas. Variety (Penske Media via Getty Images)El dominio de la moda casual y deportiva desde los años setenta y la relajación de ciertos códigos de vestimenta, también en la oficina, han ido dando cancha a una mayor naturalidad en el atuendo que ha evolucionado hasta acabar en esa informalidad —o, mejor, nueva formalidad— exacerbada tras las restricciones de movilidad y contacto impuestas por la pandemia de la covid. De ahí el énfasis en prendas más cómodas y, en principio, básicas o sencillas (muchas alineadas con la fiebre athleisure, la ropa deportiva a lucir igualmente en momentos de ocio), detectado en las salidas sociales ahora mismo y del que participan celebridades del alcance de Heidi Klum, Justin Bieber, Post Malone, Taylor Swift e incluso Madonna, que se va de farra calzando Crocs, aunque sean los de la colaboración con Balenciaga. Porque, en efecto, hay vaqueros, sudaderas con capucha y zapatillas tanto o más sofisticados que una chaqueta hecha a medida. La elegancia ya se encarga de ponerla, o no, cada cual, que nunca es la ropa, sino siempre quien la lleva.La actual escalada de aesthetics (estéticas que expresan identidad) protagonizada por las generaciones más jóvenes complica un poco más la situación. Anteponer la individualidad y la diferencia/diversidad a lo formalmente etiquetado resulta capital para una muchachada cuyos gustos, además, ni conocen límites ni saben de restricciones. En ese sentido, hay quien se pregunta si esta renovada preocupación por lo que se viste en la esfera social nocturno-festiva no responde en realidad a los mismos intereses ideológicos, alineados con ciertos valores conservadores, que han alimentado tendencias como el lujo silencioso o el más reciente boom boom core que ensalza la opulencia sartorial ochentera. Para el caso, Ruilope recuerda que, si alguien siente la necesidad de vestirse como el Gordon Gekko de Wall Street o armanizarse vivo a lo Patrick Bateman en American Psycho, siempre tiene la posibilidad de acudir a uno de esos comedores en los que todavía se exige traje y corbata (los madrileños Horcher y Club Financiero Génova) o, al menos, chaqueta sastre para sentarse a la mesa.

Romper la etiqueta: así es el nuevo arreglado (pero informal) para salir | Estilo de vida
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