Hace unos días se volvió a proyectar Pink Floyd at Pompeii, el documental que dirigió Adrian Maben en 1971 y que fue grabado en las ruinas del anfiteatro de Pompeya; un terreno dispuesto en un sistema volcánico que parece no descansar desde el año 79 d.C, cuando quedó sepultado bajo el manto volcánico de la ceniza del Vesubio. Según cuenta Plinio el Joven en una de sus cartas al historiador romano Tácito, la nube que se elevaba sobre el Vesubio era como la “copa de un pino piñonero de gran altura que formó una especie de tronco para después ramificarse”. Hoy, siglos después de aquello, los moldes de escayola que muestran los cuerpos retorcidos de las víctimas nos dan la magnitud de la catástrofe y, con ello, la evidencia del poder destructor de las rocas cuando fueron líquidas. Porque, como bien señala Tamsin Mather en la introducción de Aventuras volcánicas (Alianza), si consiguiéramos echar un vistazo a lo más profundo de la Tierra, el aspecto de las rocas es muy diferente al que tienen en su superficie debido al estado de las mismas, siendo en algunos lugares una “materia viscosa e incluso líquida cuando se funde y se convierte en magma”. Y esto último es lo que ocurre cuando un volcán entra en erupción y las emanaciones de la Tierra salen a la superficie en forma de chorro o caudal. Con su trabajo, publicado en castellano hace unos meses, la profesora e investigadora de la Universidad de Oxford nos lleva de viaje al oeste de la ciudad de Nápoles, hasta Pozzuoli muy cerca del mirador de Miseno desde donde Plinio el Joven presenció la erupción del Vesubio. Va a ser aquí, en la Solfatara enclavada en el centro de un inmenso sistema volcánico denominado Campos Flégreos, va a ser aquí donde los Pink Floyd aparezcan caminando entre vapores de sibilantes fumarolas, en el mismo lugar donde Virgilio situó la entrada al inframundo en La Eneida. Las emisiones de sulfuro de hidrógeno de este mítico emplazamiento, así como la combinación de azufre con potasio y otros minerales como puede ser el hierro unido a un metal ligero como el aluminio, todo ello da lugar a una fetidez cercana a la de los huevos podridos según nos detalla Tamsin Mather en su trabajo, un libro que trasciende los límites del estudio científico y alcanza la narrativa de viajes con sus detalles históricos y sus apuntes geográficos. Leyéndolo, se descubre cómo la ciudad de Pompeya fue abandonada a su suerte tras la catástrofe del Vesubio. Tal y como quedó bajo la lava, nadie pensó que se recuperaría en algún momento de la Historia. Durante siglos, Pompeya se dio por perdida. Su redescubrimiento tendrá lugar tras otra de las erupciones del Vesubio, en este caso la de 1631 y que no sería la última. La última tuvo lugar el 17 marzo de 1944, con la Segunda Guerra Mundial de fondo. Entre otros desastres, destruyó el municipio de San Sebastiano al Vesubio, hoy reconstruido. Años después, recién empezada la década de los 70, el director de cine Adrian Maben perdió su pasaporte mientras visitaba los lugares castigados por la lava. Buscándolo le cayó la tarde; con el crepúsculo se encontró en el anfiteatro de Pompeya. Supo leer la señal y se convenció de que aquél era el lugar en el que tenía que rodar su película, un documental de música en directo donde la ausencia de público nos lleva a imaginar que el grupo Pink Floyd tocó para los fantasmas envueltos en los vapores de las fumarolas cercanas. Un viaje musical al inframundo que cuestiona la fragilidad del ser humano.

¿Qué secretos se esconden bajo el suelo de Pompeya? | Ciencia
Shares: