Hace 33 años conocí a José Rubén Zamora, empresario y periodista fundador del diario Siglo Veintiuno de Guatemala. No recuerdo si fue una reunión del Comité de Protección de Periodistas u otra organización parecida, la que nos convocó en aquel país a directores de diversos diarios de América Latina. Lo que no olvido es que hicimos migas de inmediato y no solo porque los diarios que habíamos fundado con meses de separación se llamaban igual. También nos identificamos porque los dos proyectos, uno en Guatemala y el otro en Guadalajara, intentaban remover el anquilosamiento de la prensa tradicional con un periodismo de denuncia e investigación con una nueva generación de jóvenes profesionales. Los dos “siglos” consiguieron su propósito de ventilar la conversación pública, crearon nuevos lectores e irritaron a los poderosos, aunque ambos terminaron por perder el nombre: en 1996 las diferencias editoriales con el resto de los accionistas llevaron a Zamora a desprenderse y fundar El Periódico; y por razones similares en 1997 nosotros debimos hacerlo en Guadalajara y creamos el diario Público.Nunca más volví a verlo, aunque de tanto en tanto sabía de él. En ocasiones porque algún recuento sobre el nuevo periodismo mencionaba a ambos proyectos; en otras, porque al recibir un premio o distinción, alguno de nosotros, nos enterábamos de que uno o dos años antes había pasado por allí alguno de los suyos. Pero a la postre, la historia terminó muy diferente, para desgracia del periodismo guatemalteco.En 2022, Rubén Zamora fue detenido bajo cargos de lavado de dinero, tras una transacción cercana a los 25.000 dólares, producto de la venta de un cuadro con el que el director pretendía pagar la nómina de El Periódico. Los poderes fácticos y el entonces mandatario Alejandro Giammattei aprovecharon la oportunidad para desquitarse por las incesantes denuncias de corrupción entre funcionarios y oligarcas publicadas por el diario. En un juicio plagado de irregularidades, Zamora fue condenado a seis años de prisión, la publicación terminó cerrando y colaboradores e incluso abogados de su causa recibieron sentencias. La venganza no se detuvo allí. El encarcelamiento del periodista fue convertido en un calvario, posteriormente documentado por organizaciones de derechos humanos internacionales: privación de sueño y de servicios básicos, confinamiento, infestación deliberada de bichos en su celda. “Tenía gusanos recorriendo el interior de mis brazos”. La llamada Fundación contra el Terrorismo, formada por políticos, empresarios y militares, presionó entre los jueces allegados para que su esposa e hijos fuesen inculpados con algún delito y obligar así al detenido a negociar la libertad de sus familiares aceptando culpas, desdiciéndose de sus investigaciones periodísticas y “confesar” que habían sido inventadas. No solo se trataba de acabar profesionalmente con él, también de quitarse de encima el desprestigio internacional que ha provocado la persecución política del periodista. La familia se vió obligada a abandonar el país para evitar ser utilizada en su contra.En enero del año pasado, la llegada a la presidencia de Bernardo Arévalo, del Movimiento Semilla de tendencia progresista, favoreció la situación de Zamora, al menos parcialmente. En octubre de ese año, luego de un intrincado proceso judicial, el periodista consiguió el beneficio de “casa por cárcel”, un gusto que duró solo unos meses, pues un juzgado revirtió esa decisión en marzo de este año. Con todo, algo ha cambiado. Si bien el sistema judicial está en manos de los grupos más conservadores del país, que incluso han puesto contra la pared al nuevo Gobierno gracias a una andanada de litigios, la gestión de las cárceles es responsabilidad del Ejecutivo. Eso ha permitido otorgar a Zamora condiciones más llevaderas. Lo peor no son los cuatro años de sentencia por desahogar, sino la vulnerabilidad en la que se encuentra con tribunales sospechosos de servir a esos poderosos que El Periódico exhibió durante tantos años.Recuerdo a José Rubén como un hombre culto, de conversación fácil y de fino sentido del humor. En algún momento de represión y censura en los años noventa, sustituyó el nombre Siglo Veintiuno con el de Siglo Catorce y, con ironía, algunas páginas fueron publicadas en negro. El testimonio de quienes ahora han podido visitarlo da cuenta de que eso no ha cambiado. Sin ninguna vocación por el martirologio, confiesa que en algún momento se desplomó y se sintió perdido, pero al menos no cedió a la voluntad de sus captores. Hoy celebra conocer de nuevo lo que es una regadera y un shampoo, recorre lo que calcula son 10 kilómetros diarios en su celda de 2×5 y afirma que cuando salga continuará su denuncia en contra de la corrupción, aunque sea por otra vía.Esta semana estuve en Guatemala, pero a más de tres décadas de distancia de nuestro encuentro no me sentí con derecho a solicitar una visita. Sin embargo, una vez que se me hizo presente la prisión, a poca distancia de mis trayectos, no he podido dejar de pensar en su suerte, en la vulnerabilidad del periodismo frente al poder, en la precariedad de los destinos sujetos a los vaivenes políticos de cada país. En el hecho de que los siglos 21 pudieron haber terminado de otra manera.El terrorista de VeracruzEs un misterio en qué escenario el fiscal de un Gobierno progresista, como se supone que sería el de Veracruz, puede fincar una acusación por terrorismo a un periodista, incluso tratándose de un comunicador que cubre la llamada nota roja. En la mañanera de este lunes, Claudia Sheinbaum mostró su extrañeza, llamó a las autoridades locales a revisar el caso y rechazó cualquier forma de censura a la libertad de expresión. Menos mal. Pero más allá de subsanar una arbitrariedad tan absurda o preguntarnos qué está pasando en Veracruz, el hecho es una llamada de atención a los excesos a los que puede conducir la mezcla de poder e ineptitud. Una reflexión necesaria para un movimiento cargado de tantos ideales, pero también de tanto poder.

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