El último toro de la tarde salvó de la debacle una corrida desastrosa hasta entonces por su manifiesta invalidez. Manso como los demás, galopó en banderillas para que se luciera Fernando Sánchez, y llegó a la muleta con el motor suficiente para que David de Miranda se reivindicara de nuevo como torero artista que debe estar en las ferias y las agendas de los despachos.Más informaciónHa tenido una tarde completa el torero onubense, decidido y hondo con el capote en su dos toros, alcanzó la gloria en la faena de muleta a este sexto, que repetía con encastada nobleza, con ritmo y el compás suficiente para que De Miranda se relajara a la hora de dibujar secuencias cargadas de temple, naturalidad y sentimiento torero.Comenzó por estatuarios muy ajustados, una trincherilla y un pase de la firma que enajenaron a los tendidos. A partir de ahí, cuatro tandas, una de ellas por naturales, en las que sobresalieron la ligazón, el buen gusto, la naturalidad y el embrujo de un torero inspirado capaz de dibujar un alarde de armonía torera. La plaza vivió entusiasmada la labor personalísima de De Miranda y pidió por unanimidad el doble trofeo cuando cobró una eficaz estocada.A hombros por la Puerta del Príncipe salió el torero con todo merecimiento; y ojalá le sirva para encaminar por derecho una carrera dificultosa hasta hoy.Por cierto, la impresión reinante es que los toros de El Parralejo que saltaron al ruedo no procedían de los corrales; venían, seguro, de la feria, y, además, hartos de ‘coles’; es decir, cargados de manzanilla. De otro modo, no se entiende su comportamiento. Hasta en cuatro ocasiones se desplomó en la arena el primero, borracho perdido, noqueado, tullido y moribundo; de una invalidez absoluta fue el segundo, que también mordió sin reparo alguno el albero sevillano. A duras penas mantuvo el tipo el tercero (sería el conductor y bebió menos). A las andadas volvió el cuarto, incapaz de moverse a pesar de que le tocaron el pasodoble Juncal para animarlo. El quinto, más comedido, se quedó en la portada del ferial y llegó con más ínfulas a la cita maestrante, y el sexto, que no acudió a la feria, se movió por todos los demás y propició el triunfo de su lidiador.Encima, anovillados la mayoría, sin presencia de toros, mansos de libro, con la cara por las nubes, desfondados, lisiados… En fin, un espectáculo impresentable.Pero no fue tal suceso lo único lamentable de la tarde. La plaza pidió mayoritariamente los trofeos para David de Miranda por una faena cogida con alfileres, tímida y sosona, al tercero, que se movió algo más. El presidente concedió una, pero los pañuelos continuaron, erre que erre, en petición de la segunda; y como no hubo tal regalo, la bronca fue gorda. No tenían razón. La labor de De Miranda fue larga en exceso, fría y sin ajuste hasta que en la sexta tanda ligó unos derechazos y sonó la música. Lo que calentó el ambiente fue un broche por ajustadas bernadinas que desató la euforia, corroborada por una eficaz estocada. Y a renglón seguido aparecieron los pañuelos y se armó la marimorena. Dicho en román paladino: ridículo sin precedentes de unos tendidos festivaleros, impropios de la historia de esta plaza.Por fortuna, en el toro anterior se había producido una secuencia altamente interesante. David de Miranda se lució de verdad en un quite por ceñidas saltilleras, muy reconocidas por el respetable, pero Roca Rey, inconformista y tocado en su amor propio, escenificó otro, solemne y ceremonioso el torero, por gaoneras emocionantes.Nada pudo hacer el torero peruano en ese segundo hundido en la birria; algo más se movió el quinto, en el que se lució Antonio Chacón con las banderillas, y el animal llegó al tercio final con la embestida rebrincada, de modo que el trasteo de Roca fue desordenado, deslavazado y sin fondo.Y Cayetano se despedía de esta plaza con los peores compañeros de cuatro patas imaginables. Tullido fue el que abrió plaza, borracho total, y moribundo el cuarto. Entonces se produjo una circunstancia esperpéntica: la banda se arrancó con el pasodoble Juncal desde el inicio de faena como homenaje al torero, y mientras sonaban los acordes se escenificaba en el ruedo una caricatura de lidia que merecía más bien campanas de funeral. El torero fue despedido con una gran ovación.En fin, gloria para David de Miranda; adiós con el corazón a un torero que deja sitio a los jóvenes, y un toro, el sexto, que salvó a medias el honor de una corrida desastrosa.El Parralejo/Cayetano, Roca, De MirandaToros de El Parralejo, muy mal presentados, inválidos, nobles y descastados. Destacó por su movilidad el lidiado el sexto lugar.
Cayetano: estocada caída (silencio); estocada y un descabello (gran ovación).
Roca Rey: estocada (silencio); _aviso_ pinchazo y estocada caída (palmas). 
David de Miranda: estocada (oreja, petición de la segunda y bronca al presidente); estocada (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.
Plaza de La Maestranza. 10 de mayo. Decimoquinta corrida abono de la Feria de Abril. Lleno de ‘no hay billetes’.

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