Hace treinta años, un puñado de cineastas daneses, comandados por Lars von Trier y Thomas Vinterberg, decidió lanzar un decálogo de normas que cumplirían en sus películas y que devolvería el cine de autor europeo al espíritu de la Nouvelle Vague. Así nació en 1995 el movimiento Dogma 95 o, sencillamente, Dogma. Aquel impulso se diluyó con el tiempo (sus fundadores lo abandonaron los primeros) y estaba enterrado en el recuerdo de los cinéfilos hasta este sábado, en que otro grupo de cineastas daneses ha decidido recuperarlo (añadiendo otras cláusulas de obligado cumplimiento) y presentarlo en Cannes. Ha nacido el Dogma 25.Más informaciónEn esta ocasión, los líderes son cuatro prometedores directores daneses, May el-Toukhy (Queen of Hearts), Milad Alami (Opponent), Annika Berg (Team Hurricane), Isabella Eklöf (Kalak) y Jesper Just (Vanishing Woman), que esperan que la iniciativa rescate la integridad artística de las presiones de la industria cinematográfica moderna, como hace tres décadas. En un comunicado aseguran “Dogma 25 es una misión de rescate y un levantamiento cultural. Nos unimos para defender la libertad artística como escudo contra la inutilidad y la impotencia”.Al igual que su precedente de 1995, Dogma 25 está respaldado por un estricto voto de castidad (así llamaron en su momento al cumplimiento de sus reglas) a sus 10 mandamientos. Hay una gran diferencia: mientras que Dogma 95 se centraba principalmente en la estética, para atacar la vanidad de los directores más autorales, el objetivo principal de regulación de Dogma 25 son los medios de producción.Los 10 mandamientos actuales son: “Los guiones deben ser originales y escritos a mano para preservar la intuición creativa. Al menos la mitad de cada película debe estar libre de diálogos para enfatizar la narración visual. Internet está prohibido en el proceso creativo para garantizar la conexión con el mundo físico. La financiación solo puede ser aceptada si se produce sin influencia editorial. No se permiten más de diez miembros del equipo detrás de la cámara. Las películas deben filmarse en sus ubicaciones del mundo real. No habrá alteraciones cosméticas en los rostros o cuerpos, a menos que la historia lo requiera. Todos los materiales (decorados, utilería, vestuario) deben ser reutilizados o encontrados, rechazando el consumismo. Las producciones deben completarse en el plazo de un año para preservar la urgencia y el flujo creativo. Por encima de todo, cada película debe hacerse como si fuera la última del cineasta”.“En un mundo en el que las películas basadas en algoritmos y expresión visual artificial están ganando adeptos, nuestra misión es defender la huella defectuosa, distinta y humana”, se lee en el manifiesto. “Luchamos contra las fuerzas que trabajan para reducir el arte cinematográfico a un producto de consumo ultraprocesado”.El movimiento renace con un gran respaldo económico: el proyecto lo arrancó el-Toukhy, que encontró ya el año pasado el apoyo de la empresa Zentropa (la que ha levantado el mejor cine danés). Por eso, dos pesos pesados de Zentropa, Louise Vesth (Melancolía, Nymphomaniac) y Sisse Graum Jørgensen (La caza, Otra ronda) supervisarán el lanzamiento, con el apoyo del Instituto de Cine Danés, y un potente agente de ventas internacionales TrustNordisk. Los directores tendrán sus primeras películas totalmente financiadas (con un presupuesto de 10 millones de coronas danesas, poco más de un millón de euros), con un estreno en cines garantizado en Dinamarca. Palabras de los fundadoresEn el comunicado también había frases de los fundadores: “En 1995, hicimos películas con la certeza de la paz y creamos una revuelta contra el conformismo”, explican Von Trier y Vinterberg. “En el 25 se crean nuevos dogmas, ahora en un mundo de guerra e incertidumbre. Le deseamos la mejor de las suertes en su marcha hacia la reconquista del cine danés”.En su momento, el movimiento Dogma fue tan liberador como exitoso: la primera, Celebración, de Vinterberg, ganó el premio del Jurado en Cannes. En aquel Cannes de 1998, Von Trier presentó Los idiotas. Después llegaron Mifune (1999) de Søren Kragh-Jacobsen, y El rey está vivo (2000) de Kristian Levring. El movimiento se internacionalizó con Lovers (1999), del francés Jean-Marc Barr, y Julien Donkey-Boy (1999) del estadounidense Harmony Korine. Un comité de jueces supervisaba que se cumplían los mandamientos (en realidad, desde la primera hicieron trampas) y otorgaba los diplomas numerados. Desde 2002, cualquiera podía apuntarse al Dogma sin certificación, y en 2005 se acabó la moda.

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