Un árbol de Navidad de 15 metros domina la plaza del Pesebre de Belén, compitiendo en altura con un lugar clave en el cristianismo: la basílica levantada sobre la gruta donde se sitúa el nacimiento de Jesús. Es una imagen habitual que este año, sin embargo, luce nueva. El Ayuntamiento ha retomado las celebraciones navideñas, como el emotivo encendido del árbol, después de dos años sin organizarlas, en solidaridad con la masacre de sus compatriotas palestinos en Gaza. “Tras dos años de silencio, hemos decidido reavivar la esperanza y el espíritu navideño para fortalecer la resiliencia de la gente. Mucha gente perdió la esperanza y, cuando eso sucede, es el fin”, explica el alcalde, Maher Nicola Canawati, en una entrevista en la sede del Ayuntamiento. Al otro lado de la plaza empiezan a verse —aunque aún con mucha timidez— visitantes extranjeros haciéndose selfis y a un Papá Noel agitando la campana. La decisión se fundamenta en el horizonte de optimismo que ofrece el alto el fuego en la Franja, en vigor desde octubre. En realidad, hay poco que celebrar. El ejército israelí aún mata allí de media cada día a cinco personas, mientras que la violencia de los colonos, las operaciones militares y la expansión de los asentamientos judíos siguen disparadas en la deprimida Cisjordania, a la que pertenece Belén y que Israel ocupa militarmente desde hace décadas. Las conversaciones con los vecinos traslucen más bien una mezcla de cansancio, necesidad de pasar página y asfixia económica.Maher Nicola Canawati, alcalde de Belén, durante una entrevista en el Ayuntamiento, el pasado miércoles.Saeed QaqEl incendio de Oriente Próximo, a raíz del ataque de Hamás contra Israel en octubre de 2023, ha ahuyentado a visitantes y peregrinos (por cuenta propia o en grupos organizados) y entristecido la ciudad. Los antes vibrantes hoteles y tiendas de souvenirs religiosos (crucifijos, iconos, belenes…) lucen vacíos o, directamente, cerrados. Son la expresión más visible, pero la sequía de peregrinos impacta de rebote en taxistas, restauradores o guías turísticos, así que el desempleo ha pasado en este periodo del 14% al 65%. El golpe es particularmente mayúsculo para Belén porque —a diferencia de otras ciudades de Cisjordania, como Nablus, Hebrón o Ramala— carece de industria, comercio, agricultura o empleo público potente. A esto se suman otros males recientes que comparte con el resto de Cisjordania: Israel ha retirado el permiso de entrada a su territorio y los asentamientos a la gran mayoría de temporeros; y los funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina solo reciben parte de sus salarios. El Gobierno de Benjamín Netanyahu retiene cientos de millones de shekels de los impuestos que recauda con la obligación de transferirle. Gruta de la Natividad de Belén, donde se sitúa el nacimiento de Jesús, el pasado miércoles.Saeed QaqLa gran fortaleza de Belén es lo que representa para cientos de millones de cristianos en todo el mundo: el lugar donde nació Jesús y cuna de su religión, junto con Jerusalén y Nazaret. Por eso, el 85% de las familias depende (de forma directa o indirecta) del turismo, principalmente religioso y hoy anecdótico. Rony Tabash, de 44 años y vendedor de souvenirs y de tallas religiosas y navideñas, es de los pocos que ha aguantado el tirón con las persianas subidas. A regañadientes, admite: “Cada día mi padre me decía: ‘Rony, ve a abrir la tienda’. Y yo contestaba: ‘Pero papá, ¿para qué, si no hay gente?’. Y él respondía: ¡No! ¡Es por la esperanza, por nuestra historia!“. Su abuelo abrió la tienda en 1927 y él ha coheredado un negocio para el que, subraya, tallan figuritas 25 familias. “Nadie ha venido a Belén y ha sido muy difícil, para nosotros y para ellas”, señala. La suya, agrega, ha ido pasando el trago con los ahorros acumulados de los años de vacas gordas. Rony Tabash, en su tienda de ‘souvenirs’ religiosos, el pasado día 17 en Belén.Saeed QaqOtros han tenido menos suerte, dinero o paciencia. La pobreza ha escalado al 60% y hasta 4.000 personas, en una ciudad de 32.000, han hecho las maletas en busca de una vida mejor en los últimos dos años, lamenta el alcalde. “Algunos se han arruinado; otros han vendido sus tierras o negocios”, ejemplifica. Belén lleva, de hecho, décadas de sangría migratoria que han cambiado su composición religiosa histórica: la mayoría cristiana —generalmente mejor conectada, con más medios y familiares en países como Estados Unidos o Chile— se ha ido marchando, convirtiéndose en minoría.Entre los que se han acabado yendo está un hermano de Jack Giacaman, tercera generación de comerciantes. Se ha instalado en Dubái. Jack, en cambio, se ha quedado tallando figurines y nacimientos de madera de olivo, como lleva 35 años haciendo, a pesar de que apenas los despacha ya en tienda. Sufre además para exportarlos, por las limitaciones de un territorio cuyas fronteras y fletes dependen íntegramente de Israel, que ha incrementado los puestos militares de control. “Los dos últimos años han sido los peores de nuestra vida”, sentencia después de pulir unas cuantas figuras. “Incluso durante el covid lo pasamos mal. No había turistas, pero al menos hacíamos algún negocio”.Jack Giacaman talla madera de olivo en su taller, el pasado miércoles en Belén.Saeed QaqEn este contexto, el alcalde recurre a menudo a las palabras paz o futuro, pero sobre todo a otra, esperanza, para advertir de la tentación de caer en su opuesto: la desesperanza. “El sufrimiento de los palestinos no comenzó el 7 de octubre de 2023”, recuerda. “Y, aunque las cosas no sean como a todos nos gustaría que fueran, tenemos que lanzar un mensaje de resiliencia y de esperanza, porque sin esperanza no podemos continuar”. Lo resume así: “Decirle a la gente que puede haber un futuro mejor para sus hijos”.El regidor asegura que las visitas están volviendo poco a poco, a raíz del alto el fuego. Y que los hoteles han pasado de, virtualmente, cero reservas a alojar 7.000 personas el pasado día 8, por el encendido del árbol. Es una dinámica que puede sentirse en las últimas semanas en otras partes de Israel y de Cisjordania, como Jerusalén.Un día cualquiera entre semana, sin embargo, el panorama en Belén no luce muy diferente. Frente al árbol de Navidad se retratan más bien musulmanes locales o extranjeros que viven en la zona, como migrantes indios cristianos. Una veintena de rusos ortodoxos devuelve momentáneamente a la plaza las escenas de antaño, al escuchar en grupo las explicaciones de su guía.Laure DeVries y Mike Bussay están en viaje de prospección, en la Iglesia de Santa Catalina, donde la máxima autoridad católica en Tierra Santa, Pierbattista Pizzaballa, oficiará misa este miércoles antes de medianoche. Solían traer grupos de peregrinos a través de la Asociación Cristiana de Jóvenes, más conocida por sus siglas en inglés, YMCA. El último estaba previsto para noviembre de 2023. “Obviamente, nunca sucedió”, señala DeVries. Después de tres aplazamientos, acabaron llevando al grupo a Londres a conocer la historia del YMCA, donde nació. Ahora, quieren retomarlos, pero —insisten— dependen mucho de que las autoridades rebajen las alertas de viaje, porque influyen en que los peregrinos se atrevan a viajar y las aseguradoras, a cubrir los riesgos. El padre Marcelo Ariel Cicchinelli, guardián franciscano de la Natividad, nació hace 51 años en la ciudad argentina de Mendoza, pero lleva un cuarto de siglo en Tierra Santa, por lo que ha vivido de primera mano los momentos más duros, como la Segunda Intifada (con un famoso sitio israelí a la Basílica de Belén, donde se encerraron unos 200 milicianos y civiles palestinos), el parón de la covid o estos dos últimos años de tanta sangre y dolor. Padre Marcelo Ariel Cicchinelli, guardián franciscano de la Natividad, en la gruta de San José, el pasado miércoles en Belén.Saeed Qaq“Quien viene ahora son hombres de fe, no el turista normal. Porque el que viene arriesga, tiene miedo por las noticias, no sabe lo que va a encontrar”, señala. Y lo que “para el peregrino es una experiencia de fe” que le permite tocar las piedras y visitar los sitios sin colas, supone para los locales “el regreso del trabajo”. “Para el pueblo de Belén, hay alegría, hay necesidad de fiesta. Pero también de trabajo”.
Belén vuelve a celebrar la Navidad tras dos años de luto por Gaza y sin peregrinos | Internacional
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